Derrotados.

Por aquel entonces no sabía muy bien lo que pasaba, pero percibía la desgracia.
Mis días se sucedían como era habitual, organizaba las patrullas de salvamento, preparaba los planes de ataque y memorizaba rutas de escape.
Apenas entraba a mi tienda me quitaba el abrigo de piel de oso y ponía leña en la estufa.
Solía llamarte "mi alegría" así como Chejov llamaba a su Olga. Pensaba en nuestro pasar aburrido, lleno de desconsuelo como en una novela.
Lo que nunca imaginé es que estabas llevando a cabo una empresa tan arriesgada y de tal envergadura. Implicaba un plan de conquista y alistarse en las líneas enemigas.
Poco me importaba que intentaras conquistar mi territorio, ya lo había utilizado, había sacado de él lo mejor y lo deje devastado, en ruinas y solitario.
Quizá tu a eso le llames victoria.
No corrías con ninguna ventaja, todo lo había arrasado.
y ahora sólo te queda la sensación de que estuve ahí, de que esos montes ya fueron caminados por mis hombres, que allí construí un imperio, al que nunca podrás llamar tuyo.

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