La mayoría del tiempo la siento, aunque no pueda verla. Es la esquirla que se alojo en mi cara cuando era joven y creía en el amor.
De tanto en tanto se mueve, para recordarme que allí sigue, que ese tiempo no paso.
Odiaba tus expresiones inútiles ante las decisiones que nos eran de vida o muerte, dejarte formar parte de mi pelotón fue lo que lo destruyo.
Debí haber cuidado más de mis hombres y no confiar en que la calidez de tus palabras mantendrían el espíritu vivo para volver a casa.
En el frente no existen las palabras de aliento, lo más cálido que se puede estar es cuando el fuego te consume la piel.
Te cedí tu lugar favorito, la retaguardia, desde atrás observaste y aprendiste como ser yo y como ocupar mi lugar.

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